DEDOS QUE FUERON PEZ ANTES DE SER LAGO
Mara Beltrán
Si
conocer es ver,
admito
saberle de memoria.
Supe de usted antes de fijar el ojo.
El
refugio negruzco de la ola
delató su estancia;
dicha
espuma quiebra mis encantos.
Manos
torpes poco saben de caricia,
les
dicto siempre el acto.
Han olvidado sonreír,
y
hacen muecas con las uñas.
Me
disculpo nuevamente por mentir,
usted
qué va a saber
de manos,
cuando
el vuelo es claro.
Pájaro
de pico dorado,
jirafa sin vergüenza.
Qué guapo es usted,
la sonrisa
que acompaña esos ojos, me partió el asombro.
Son de nada las gracias:
el
agradable pasatiempo de mirar el adorno,
osé, en un principio, llamarle sonrisa…
con el
debido respeto
que a cualquier alma deba.
Lo suyo no
es sonrisa, es una bofetada a la belleza.
Descansa en
mis cabellos,
entabla una
modesta propuesta.
Y asume la
desnudez en conjunto,
es tal, su
naturaleza.
Creo sin
sumarle, el pensamiento es ficcional,
y dices
has reinventado una
multiplicidad nuestra.
Hay,
permitiéndome,
un elefante dormido que ha olvidado nadar
y los
pelones hijos de tus huellas, tartamudos.
A mí,
tu múltiple yo, no me complace.
Mejor si
duermes, quédate abstraído,
si los
cabellos quieres
no los encontrarás dormidos.
Tu nombre es exasperar.
Mirarte el cuerpo es retarme el parpadeo,
pestañar es olvidar dónde he fijado la última mirada.
Intuyo temerosa no haberte mirado ni
una sola vez.
Cuelga
lánguida tristeza en pelícana garganta,
el pez se acurruca en la voz, estruendo
gargareo.
Llueve
como si no fuera a llover nunca,
así
ha de ser morir de gota.
Miente quien dice: Ojos
derretidos.
Quién no ha, en trémula agonía, sacudido las piernas;
no sabe lo qué es el llanto.
Fácil
sería, morirlo todo en vez.
Sin
arrumacos, sin cabeza al hombro a unos dedos largos.
Sencillo
llamar decadente al tiempo,
culpar
a otro del agravio:
verse quebranto;
porque
a veces,
gimoteo falso.
«Bastarda»
suelo repetir en cabezadas constante aviso,
«bastarda»
quejo rabieta.
Frunzo
el seño, espigo cuello y me digo: Aguanta,
de amor no mueras,
ocurre en la sonrisa,
ampara en las caricias.
El amante no se entera de la herida hasta que sangra.
¿A
qué momento emigro?
Al
del olvido, al pretexto del camastro;
embuste
nacida, falsa hija.
Mueca
del encanto.
Contrae
laringe, gargajea al pez y vuela.
Me
haces pez sin ser más que palabra,
sumas
entre hormigueo, nocturna bestialidad.
Cabría
más hambre de no estar llena
a modo: baúl viejo de
recortes revisteros
enunciando
contenido muy de boga.
Me
haces calva entre tanta melena,
sin
tensión de bosque a desierto
más
parásito de árbol, bello, bello.
Hueco
el de la espalda,
luna
que ensombrece oblicuo la talla.
Me
haces ruina silvestre.
Entre
llanos,
escarba horizonte
sin
preguntar los antiguos trazos.
Dedos
que fueron pez, antes de ser lago.